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EL COSTO DE LA VIDA.


Por Manuel Aguilera.

Redacción El Observador Juvenil.

Supongo que más de alguna vez en la historia los seres humanos nos hemos planteado la interrogante del encabezado. Hoy por hoy parece que hemos encontrado algunas soluciones a este enigma.
Las noticias radiales de la mañana del sábado 19 de abril planteaban que el barril del crudo había llegado al exuberante precio de $117.00, un valor que ni en la gran depresión de 1929 se hubo alcanzado. Por consiguiente es lógico, muy lógico pensar que estamos en una hecatombe socio-política y económica muy crítica, que hace que el costo de vivir en los países tanto desarrollados como subdesarrollados sea mucho más alto que el mismísimo petróleo. Desafortunadamente los países con menos progreso como el nuestro se ven muchísimo más golpeados por tantos desvaríos a nivel mundial.
“Si tuviéramos el colón la cosa no sería tan cara” he escuchado en el habla popular. Lastimosamente nos engañaron para darle un soporte al gigante del norte que empieza su acelerada caída. Y ya estoy ansioso por que se derrumbe, por que se redefina como un país en donde verdaderamente haya democracia, justicia y toda la gama de valores norteamericanos muy positivos, que desafortunadamente se han quedado solo en los papeles de leyes y parlamentos. Imagínese que El Salvador y los otros países tercermundistas son apenas un pequeño Atlas que intenta sostener el mundo estadounidense que se tambalea. Bush finalizará su mandato dejando tras de él una ola de violencia, hambre, destrucción, pobreza, recesiones económicas, etc., que provocarán tiempos difíciles en los que el mundo entero tendrá que reconstruirse. No solo en infraestructuras como en el caso de Irak, sino en calidad humana, en la satisfacción de las necesidades básicas de las personas.
Pero seguimos con la duda ¿cómo está el costo de la vida? Pues está muy caro, no alcanza para todo lo que necesitamos para vivir dignamente. Harto conocido es esto, pues los salarios mínimos apenas y cubren los gastos de comida, de vestido, vivienda y transporte, por mencionar algunos. Quedan en la sombra la salud, la recreación y la educación. No se llena ni siquiera lo mínimo de la canasta básica. Pueblo salvadoreño, ¡qué duro es sabernos muertos de hambre! ¡Y más duro aún saber que el gobierno haga lo que haga no podrá terminar con estos problemas! Primero por su misma corrupción y segundo porque está a merced de Tío Sam. No hay para pan, maíz, frijol, luz, agua, teléfono, colegios, pasajes, un pequeño paseo el fin de semana y alguna prenda de vestir que sustituirá a la que ya está gastada. La vida está carísima, aquí y en todas partes. Aunque no lo parezca. Piénselo bien, pero siendo Estados Unidos el del problema es el qué más está haciendo sufrir a su propia gente.
No obstante las adversidades, la negrura del panorama, a pesar de conocer que no alcanza para casi nada más que llenarse los estómagos, continuamos preguntándonos ¿cuál es el precio de la vida? Y lo sabemos, aunque ese conocimiento se nos adormece entre tantas avalanchas. La vida no tiene precio. La vida no puede medirse por parámetros sociales, económicos o políticos. No vale veinticinco centavos de dólar con los que a veces se compra seguridad, ni tampoco autos, ni casas, ni viajes. Ni siquiera los víveres básicos de la encarecida canasta. Es bueno saber que todavía bajo el yugo de la depresión de principio de siglo XXI los hombres y las mujeres somos mucho más valiosos que todos los bienes materiales de este mundo.

¿Podría usted retornar a la vida a ese ser querido comercializando el oro negro? A veces a Mr. George se le olvida que el poder no viene de ganar el mundo entero, sino de conquistar el castillo interior de alma. Y a veces a nosotros se nos olvida también. Pensémoslo más seguido…

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